Usualmente se banaliza a Baudelaire. Comenzaré con el Baudelaire banalizado para llegar a sus implicaciones en la teoría, es decir, en el (des)orden de la visión. Ensayaré sobre un brevísimo y canónico ensayo suyo: “¿Para qué la crítica?”. Así continuaré mi revisión de la crítica: cómo es.
La banalización de Baudelaire arma al tipo de crítico más banal: el crítico visceral. Se acostumbra citar unos pocos renglones de Baudelaire para justificar al crítico como juez arbitrario. Hay arbitrariedades que pueden ser interesantes, incluso iluminadoras. Pero hay que tener claro porqué. Diría que solamente los juicios caprichosos, energúmenos, exagerados, equivocados, bombásticos, mafiosos o maliciosos de aquellos artistas o escritores que tienen una obra valiosa pueden ser útiles. Algunas veleidades de Baudelaire, por ejemplo, suelen ser curiosos pies de página.
Aún así esa crítica déspota tiene un legado perjudicial: son fallos y fallas que se vuelven estafetas y estafas durante un tramo de la tradición. Baudelaire era un crítico enfático. Pero ser un crítico enfático no te vuelve Baudelaire. El crítico fervoroso suele transmitir per-juicios que atrofian o retardan el advenimiento colectivo de la lúdica lucidez del juicio. Hemos de disculpar a esos jueces fallidos (parcialmente) si fueron creadores geniales o, al menos, brillantes. Pero hay que desechar los per-juicio que nos transmitieron y reexaminar la idea u obra per-judicada.
El juicio fallido puede ser útil para delimitar la poética de ese artista o escritor valioso, y la lucha de tal poética con otras (es decir: su polémica). Las sobrestimaciones y subestimaciones de un autor iluminan límites de su crítica y su poética. El juicio fallido no dice mucho sobre la obra que per-judica pero sí dice algo sobre la poética y la polémica de ese creador-crítico.
Las ideas de Baudelaire que suelen promover los críticos arbitrarios provienen de “¿Para qué la crítica?”, incluido en Salón de 1846:
“Creo sinceramente que la mejor crítica es la que resulta divertida y poética, y no aquélla, fría y algebraica, que so pretexto de explicarlo todo, ni ama ni odia, sino que se despoja voluntariamente de cualquier clase de temperamento. Por el contrario, puesto que un cuadro es la naturaleza reflejada por un artista, afirmo aquella en la que un espíritu inteligente y sensible refleje, a su vez, ese cuadro. Así, la mejor reseña de un cuadro puede ser un soneto o una elegía”.[1]
Aquí Baudelaire imagina particularmente al crítico de arte. Exige al crítico de arte ser un escritor estético (un poeta). De ahí su preferencia de que la “mejor crítica” sea la “divertida y poética”: leer esa crítica debe ser una experiencia estética. Baudelaire rechaza la crítica anestética;: “fría y algebraica” que “ni ama ni odia”; la crítica de arte que fantasea ser ciencia apática e informe imparcial. El mero periodista cultural o el crítico académico universitario serían entendidos por Baudelaire como falsos críticos, tan negligentes como el mal escritor. Baudelaire piensa al crítico de arte como un escritor estético.
Baudelaire agrega que siendo una pintura “la naturaleza reflejada por un artista”, la crítica de arte debe producirla un escritor “inteligente y sensible” que refleje ese cuadro. Si para Platón, la obra de arte es ónticamente pobre por ser el reflejo de un reflejo, para Baudelaire, en cambio, la crítica de arte es estéticamente potente por ser el reflejo intenso de un reflejo intenso.
Su ingenio lo empuja a afirmar que la mejor reseña de una obra de arte es su ékfrasis en forma de soneto o elegía. Pero apenas postula esta ocurrencia, Baudelaire matiza: “Pero ese género de crítica está destinada a los libros de poesía y a los lectores poéticos”: un acto crítico (transcreativo) colateral. La crítica de arte, como tal, ocurre como intervención en prosa:
“Por lo que se refiere a la crítica propiamente dicha, tengo la esperanza de que los filósofos comprendan lo que voy a decir: para ser justa, esto es, para encontrar su razón de ser, la crítica debe ser parcial, apasionada, política, es decir, formulada desde un punto de vista exclusivo, pero desde aquel que abra los más amplios horizontes”.[2]
Estas líneas también se citan a menudo para justificar la necesidad y veracidad del crítico como juez tajante y temperamental. “Para ser justa… la crítica debe ser parcial, apasionada, política”. Aquí Baudelaire piensa a la crítica de arte como un servicio a la crítica de arte, no tanto a la obra de arte. Por eso Baudelaire afirma que para ser “justa”, la crítica debe hacerla un escritor estético que toma una posición (sea parcial), y sea apasionado y político; un crítico que participe de una agitación artística.
Esta escritura estética sobre arte debe ser “formulada desde un punto de vista exclusivo” (un crítico partidario que se opone a otras posiciones) y, sin embargo, este posicionamiento polémico debe abrir “los más amplios horizontes”: debe reeducar la sensibilidad del lector hacia una amplificación de la perspectiva. La crítica como epifanía que revela un nuevo panorama.
Varias veces Baudelaire insiste en el apasionamiento como la clave de la crítica. El crítico al escribir apasionadamente conseguirá afinidad con los artistas también apasionados. Además, apasionarse, cree Baudelaire, “eleva la razón a más altas y nuevas regiones”. El apasionamiento permite entrar en ciertas zonas de la realidad. Baudelaire no ahonda en este punto y, fácilmente, podemos tomarlo como una mera frase o ni siquiera advertirlo. Pero sin esta hipótesis de la pasión como vía para que la mente ingrese a regiones ulteriores de la realidad no puede comprenderse su teoría sobre la crítica.
Baudelaire escribe:
“Y puesto que éstas [las artes] consisten en la expresión de la belleza mediante los sentimientos, la pasión y los ensueños de cada uno, es decir, en la variedad dentro de la unidad, o en las distintas facetas de lo absoluto, la crítica se relaciona en todo momento con la metafísica”.[3]
Hay aquí una premisa: la belleza es “expresión”. El siglo XX estableció que el arte es “construcción” (social) y el término “expresión” (espiritual) suena anacrónico. No olvidemos que “expresión” devino noción obsoleta por su vínculo con la larga tradición teológico-lírica, la metafísica de la voz y su culminación en la teoría romántica del arte. Las teorías sociales del arte triunfaron con el marxismo (¡aunque no en Marx!) y fueron extendidas por la teoría crítica, la semiótica, la sociología, los Estudios Culturales y otras corrientes semio-sociologistas del arte. Al leer que Baudelaire define al arte como “expresión”, el lector contemporáneo (universitario) toma distancia.
Pero para Baudelaire, el artista y el poeta eran sujetos cuya sensibilidad exacerbada les daba acceso a fuerzas y zonas de la realidad secreta.
El arte para Baudelaire era expresión de belleza. Esta belleza preexistía al individuo, pero el individuo la expresa mediante sus “sentimientos, pasión y ensueños”. De ahí que diga “en la variedad dentro de la unidad, o en las distintas facetas de lo absoluto”. Estas diversas facetas de lo absoluto nos recuerda que Baudelaire no cree que el arte sea una expresión puramente del individuo histórico-biográfico, sino que hay un Absoluto que lo precede. Este Absoluto se muestra históricamente, va mostrándose en diversas facetas. Baudelaire y Hegel concuerdan. Ambos son románticos. Creen en un individuo elegido y, a la vez, es un misterio trans-individual desplegándose a través de esos individuos selectos.
La crítica de arte no puede juzgar la expresión del artista sin tomar en cuenta la manifestación del absoluto en las obras de arte. Por eso Baudelaire remata su párrafo diciendo: “la critique touche à chaque instant à la métaphisique”.[4]La crítica toca a cada instante a la metafísica.
La crítica de arte, mediante la pasión estética, toca a la metafísica. Al juzgar la obra de arte, el crítico también se ocupa de la expresión artística de un absoluto metafísico, en sus diversas apariciones. El crítico de arte es un escritor estético y, por ende, un metafísico de los varios instantes del Absoluto.
“Dado que cada siglo y cada pueblo expresa su propia belleza y su moral —y en este sentido cabe entender el romanticismo como la expresión más reciente y moderna de la belleza—, el gran artista ha de ser, por lo tanto —para el crítico razonable y apasionado—, aquel que una la ingenuidad a la condición que acabo de señalar, es decir, lo más romántico posible”.[5]
Baudelaire debió recalcar: dado que el Absoluto expresa diversamente la belleza en cada siglo y cada pueblo, el gran artista es quien une a esta diversa manifestación metafísica su ingenuidad singular. El crítico razona y apasiona esta doble cariz del sujeto artístico. El artista es, por una parte, un individuo de extraña singularidad y, por otra, un delegado de fuerzas metafísicas que lo rebasan y que están presentes en toda su época y comunidad. Pero gracias a su privilegiada sensibilidad, el artista capta mejor esas fuerzas.
El crítico de arte debe entender este enlace entre el Absoluto y el arte. Por eso al crítico le toca, en cada instante, ser metafísico. El crítico al ahondar en una pieza verdaderamente bella contacta la belleza variable que el Absoluto le dotó a la obra de arte.
En Baudelaire, el juicio del crítico es un juicio estético sobre el artista y la obra de arte y un juicio metafísico sobre las variaciones del Absoluto. ¿Para qué la crítica? Para intensificar la sensibilidad. Esta intensificación de la sensibilidad nos permite gozar la obra de arte (histórica) y tocar al Absoluto metafísico. Esta experiencia doble es lo que Baudelaire llama belleza del arte.
La crítica es metafísica porque toca algo más allá de la pura época histórica: presencia la diversidad de apariciones de lo espiritual. Pero la crítica no es metafísica tradicional porque mucha de su atención se centra en la variedad de lo Absoluto. Para el crítico, el Absoluto no es Presencia sino Variación.
La crítica como metafísica de la variación.
[1] Ch. Baudelaire, Poesía completa. Escritos autobiográficos. Los paraísos artificiales. Crítica artística, literaria y musical, Javier del Prado y José A. Millán Alba (eds.), Espasa Calpe, Madrid, 2000, p. 1104.
[2] Ibid., pp. 1104-1105.
[3] Ibid., p. 1106.
[4] Ch. Baudelaire, “À quoi bon la critique?”, en Ouvres complètes, Éditions Robert Laffont, Paris, 2011, p. 642.
[5] Baudelaire, Poesía completa…, p. 1106.