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CÓMO ZIZEK DES-CUBRE Y RE-CUBRE IDEOLOGÍA

Heriberto Yépez

— I —

Comentaré cómo Slavoj Zizek descubre ideología. Y cómo la re-cubre. Revisaré sus interpretaciones de escenas de las películas Titanic (1997) y They live (1988). Ambas video-críticas se encuentran en su documental The Pervert’s Guide to Ideology (2013). Entre una y otra, aprovecharé para desempacar algunos fundamentos de la teoría y la crítica de arte marxistas.

Comenzaré por lo elemental: la crítica del arte marxista caza ideología. Desde Marx, hacer crítica ha significado identificar, denunciar y analizar ideología.

El concepto de ideología fue originado por Marx y Engels durante su etapa temprana. Marx después lo arrumbó y, parcialmente, lo sustituyó con el concepto de fetichismo de la mercancía en El Capital. Sin embargo, el concepto de ideología fue rescatado por los marxistas que, al contrario de Marx, no lo han abandonado.

El concepto de ideología es polisémico. Y quizá más que un concepto terminado, es un rompecabezas al que siempre faltaron piezas.

Algunos marxistas han llamado a la ideología “falsa conciencia” y la juzgan antítesis de la ciencia. La ideología está hecha de creencias, imágenes, mitos, valores, prácticas, sentimientos, deseos, identidades, pensamientos y (re)acciones, que buscan preservar una falsa visión del mundo que impulse y justifique el modo de vivir dominante. La función de la ideología es mantener el orden político (injusto) intacto, conservar en el poder a quienes ya tienen el poder, hasta conseguir que los cuerpos experimenten lo falso y social como indudablemente cierto y natural.

La crítica marxista muchas veces es concebida como una crítica a la ideología (o “crítica ideológica”). Este tipo de crítica se guía por esta doble pregunta: ¿cuál ideología se esconde en esta obra y cómo se esconde ahí? Si tú respondes a esta doble pregunta, harás una crítica marxista.

Debido a que el sistema capitalista siempre está en riesgo de mostrarse como falso e insostenible, la ideología que busca conservarlo se reforma constantemente. La crítica, por ende, procura estar alerta a cómo la ideología actualiza su función existencial y apologética del orden social imperante.

Escuchemos la interpretación de Zizek sobre la escena del Titanic en que la pareja de enamorados tiene su trágica despedida, cuando la protagonista (de clase alta) encuentra a su amado (de clase social inferior) flotando ahogado entre los restos del Titanic:

“…una escena de Titanic (1997) de James Cameron… es el caso supremo de ideología en el Hollywood reciente… Primero está lo que la gente llama el marxismo de James Cameron, esa falsa simpatía con las clases bajas… Debemos preguntarnos qué rol juega el iceberg que golpea al barco en el desarrollo de la historia de amor. Mi afirmación es ligeramente cínica: esta hubiera sido la verdadera catástrofe, imaginemos que quizá después de dos o tres semanas de intenso sexo en Nueva York el affair amoroso de alguna manera se desvanece. Kate Winslet es una chica de clase alta, con sufrimiento psicológico, confundida, su Ego está despedazado. Y la función de Leonardo di Caprio es, simplemente, que él le ayuda a ella a reconstituir su Ego, su auto-imagen; él, literalmente, dibuja su figura. Es realmente una versión de un viejo y predilecto mito imperialista. La idea es que cuando la clase alta pierde su vitalidad necesita un contacto con las clases inferiores para explotarlos básica y despiadamente, al modo de los vampiros, chupándoles la energía vital. Ya revitalizados, puede regresar a su vida recluida de clase superior… Hay un detalle maravilloso que dice todo: cuando Karte Winslet nota que Leonardo di Caprio está muerto, ella, por supuesto, comienza a gritar ‘nunca te dejaré, nunca te dejaré ir’ mientras al mismo tiempo lo suelta empujándolo [al fondo del mar]. Él es, lo que podríamos llamar irónicamente, un mediador evanescente”.

A nivel de sentido común, esta escena representa a un accidente, en que una joven debe despedirse de su enamorado, prometiéndole no olvidar este amor excepcional. En la interpretación de Zizek, sin embargo, la escena encubre una historia opuesta: un episodio que simboliza el sacrificio sistemático que un grupo de cuerpos (las clases altas) cometen de otro grupo de cuerpos (las clases miserables) con tal de prolongar su jerarquía.

Crítica es el comentario que subvierte al sentido común.

— II —

¿Cuáles son las premisas de este tipo de crítica de arte marxista? Enumeraré cuatro.

La crítica marxista presupone que las obras de arte encubren ideología. La función de la crítica, en consecuencia, consiste en des-cubrir la ideología como contenido (¿qué ideología se oculta aquí?) y des-cubrir la ideología como forma (¿cómo se oculta la ideología en esta obra?).

1ra. premisa de la crítica de arte marxista:

La obra encubre ideología

Aprovecharé para precisar que si el contenido de la obra coincide con la ideología des-cubierta, y si la forma en que la ideología se encubrió coincide con la forma de la obra, entonces, no hay obra de arte, sino mera obra ideológica.

Si al analizar una obra des-cubrimos que todo su contenido es ideología y que la forma en que la ideología se encubre es toda la forma que esa obra posee, entonces no es una obra de arte. Las obras de arte verdaderas no están exclusivamente hechas de ideología ni su forma se reduce a encubrimiento ideológico.

De Marx y Lenin hasta Adorno y Althusser, la Teoría Crítica coincide en que para que una obra sea arte verdadero necesita que contenido y forma de la ideología, y contenido y forma de la obra no coincidan. Esta sería mi forma de resumir la estética que dirige a la mejor crítica de arte marxista.

Este tipo de crítica de arte marxista, por cierto, tiene la ventaja de poder des-cubrir ideología al mismo tiempo que corrobora cuáles obras son arte verdadero y cuáles no consiguen serlo. Son una forma de crítica en que la política y la estética cruzan sus caminos sin necesidad de colapsarlos en uno solo, como ocurre en la crítica de arte fallida.

2da. premisa de la crítica de arte marxista:

La obra tiene un contenido (interno)

La segunda premisa de la crítica marxista es que hay un contenido interno en la obra de arte, que la obra es un receptáculo con un contenido concreto, por complejo o múltiple que sea este contenido. Si el significado de la obra se debe a su pura recepción, entonces la obra de arte no podría ser interpretada al estilo que lo hace el psicoanálisis o el marxismo, que operan hermenéuticamente.

Por hermenéutica fundamentalmente me refiero a la siguiente hipótesis: una obra puede ser interpretada porque dentro de ella hay un contenido depositado, que no se reduce a la percepción de los públicos. Para que puede realizarse una interpretación hermenéutica —ya sea de un sueño o una obra artística— debemos creer que en la pieza hay significado, independientemente de si los públicos lo perciben o no.

Este tipo de crítica es arqueológica o espeleológica. El sentido de la obra no se reduce al conjunto de sus relaciones socioculturales con sus consumidores, sino que el significado de la obra está dentro de ella misma. La obra es un contenedor.

3ra. premisa de la crítica de arte marxista:

El contenido es involuntario al autor

Para que este tipo de análisis hermenéutico sea válido es necesario que creamos que hay contenido dentro de la obra que se ha depositado involuntariamente. No se trata de detectar la intención (consciente) del autor de la obra, sino de identificar y describir un contenido que involuntariamente se ha depositado en la obra. El sujeto que se expresa en la obra es una estructura trans-individual.

Zizek, por supuesto, no pretende que el director o el guionista quisieron ilustrar deliberadamente en la escena cómo las clases superiores vampirizan a las inferiores en tiempos de crisis axiológicas, sino que Zizek supone que esta vampirización quedó involuntariamente cifrada en la película. Y él como psicoanalista marxista puede localizar este ciframiento involuntario, por ejemplo, en el movimiento de la mano de la actriz empujando a su novio muerto del que se deshace después de energetizarse con su sangre proletaria. La obra ideológica quiere mentirnos, pero la obra de arte quiere revelárnoslo. Una y otra son una no-misma obra.

4ta. premisa de la crítica de arte marxista:

El Sujeto de la obra es un Inconsciente Colectivo

Este tipo de crítica de arte marxista implica un inconsciente hegemónico, una ideología inconsciente, que queda atrapada dentro de la obra. No se trata de un contenido verdadero, sino de un contenido fantasioso, mayormente inconsciente. Hacer crítica significa descubrir conscientemente aquello que inconscientemente (de)formó a la obra: la lucha entre ideología y verdad dentro de ella. (Y en el psicomarxismo: entre fantasía e Historia). La ideología quiere engañarnos usando el atractivo de las obras de arte y, a la vez, las obras de arte nos atraen para desengañarnos de la ideología. La obra de arte es una trampa estética.

Para el marxismo, este inconsciente ideológico no puede corresponder al inconsciente personal del autor, sino que debe corresponder al inconsciente de su clase social. El sujeto al que corresponde el contenido depositado involuntariamente —y que es identificado por la interpretación hermenéutica— es un sujeto colectivo.

Al interpretar la escena del Titanic, Zizek no está aseverando que el significado ideológico (desocultado por su análisis) proviene del director, del guionista, del camarógrafo o de los actores de la escena, o al equipo en conjunto, sino que Zizek presupone que todos ellos son vehículos de un sujeto colectivo que los contiene y sobrepasa: la clase social alta.

La crítica de arte marxista no ha querido acordar la terminología para nombrar al Sujeto que finalmente produce la obra. Pero sin la premisa de un sujeto inconsciente colectivo, esta crítica no podría ser válida. Con la excepción de Benjamin, los marxistas han rehuido a Jung, y la noción de un inconsciente colectivo ha sido reprimida o postergada. Los psicomarxistas prefieren al aparato teórico freudiano clásico, aunque sus críticas implican muchas veces la psicología de masas de Reich y las hipótesis transindividuales de Jung. En todo caso, la psicocrítica de arte marxista perdería validez sin la premisa (aunque sea velada) de un inconsciente colectivo como sujeto que produce formas y contenidos de la obra de arte.

Estas cuatro premisas posibilitan la crítica cultural marxista. Si cualquiera de estas cuatro premisas demostrara ser falsa, la crítica cultural estaría en problemas.

— III —

Zizek desgraciadamente hace una crítica mecánica. Muchos de sus objetos de estudio por provenir de la cultura pop (cine, noticias, mercancías) disimulan la ortodoxia de su método. Para Zizek la forma de una obra es siempre la estructura freudo-lacaniana de la psique; y su contenido es siempre la fórmula marxista-leninista sobre la alienación.

Cuando analiza una escena, Zizek determina que su forma deriva de una variación de la tríada freudiana Ello/Súper-Yo/Yo o la tríada lacaniana de lo Real / lo simbólico / lo imaginario. La forma en Zizek es siempre libidinal-sintomática; y el contenido, traumático-ideológico. En el fondo, más que una crítica de la ideología, en Zizek (y otros) hay una clínica de la ideología.

Zizek no tiene mucho que decir de los aspectos estéticos, propiamente artísticos, de las obras que comenta. Frecuentemente habla desde su gusto, pero reduce las obras a símbolos de debacles libidinales e ideológicos. En este sentido, es un crítico de arte más bien burdo, en quien la crítica de arte queda subsumida por la crítica de la ideología y, en este sentido, a pesar de contar con un aparato psicoanalítico del que Marx carecía, Zizek se queda detrás del punto de partida de las ideas de Marx sobre el arte.

Otro problema de la crítica de Zizek es que elige películas de Hollywood o, al menos, películas mainstream para des-cubrir los significados encubiertos de la sociedad planetaria. Mediante esta elección, Zizek da un status ontológico a Hollywood como receptáculo del inconsciente global, como portavoz mundial preeminente.

Además, la propia elección de cine es sospechosa. Privilegiar al cine en los años noventa, cuando la imagen-en-movimiento globalmente era regida por MTV y los videojuegos, era ya nostálgico. Y seguir privilegiando cine en el siglo XXI, cuando YouTube y las redes sociales han vuelto a reconfigurar nuestra relación con el video, evidencian que mantener al cine (la película) hollywoodense como objeto representativo de lo psicosocial actual es un gesto anacrónico (¡ideológico!) de Zizek. Elige películas de Hollywood como emblema de la ideología de la imagen-movimiento en la era del video porno en línea, que es donde realmente cristaliza y se distribuye la ideología contemporánea.

El programa político de Zizek es elaborar crítica para des-cubrir cierta ideología al mismo tiempo que utiliza su crítica para en-cubrir otra ideología.

Si revisamos su interpretación de la escena de despedida de la pareja del Titanic, llama la atención que elija una escena en que una mujer sacrifica a un varón, cuando, históricamente, la explotación funciona del modo contrario. Zizek elige (¿inconscientemente?) escenas que conservan su ideología patriarcal, es decir, que desdibujan la crítica feminista.

Zizek comenta que el personaje de Di Caprio pone en el diván al personaje femenino de Winslet para retratarla, convirtiéndolo en una especie de psicoanalista y artista plástico. Según Zizek, él ayuda a reconstituir el Ego de ella; él la retrata para que ella recobre su autoimagen; este esquema de Zizek sepulta los verdaderos des-cubrimientos de la crítica del siglo XX. Por ejemplo, que la imagen de la mujer en la pintura elaborada por artistas masculinos es un reflejo de la propia mirada patriarcal. Pero Zizek atribuye al psicoanalista-artista del Titanic un poder analítico-terapéutico del que este sujeto de la realidad histórica carece. La interpretación de Winslet como modelo recompuesta por Di Caprio es una fantasía de soft-porno. Una regresión a una teoría del arte en que se fantasea que no existen las Guerrilla Girls.

Esta fantasía ideológica debió ser obvia para Zizek debido a la abrumadora presencia de clichés en las palabras y gestos de la escena. Esa escena, en el menor de los casos, está habitada por una fantasía onanista, en la que se fantasea con que la mujer contemporánea goza el poder del psicoanalista-artístico patriarcal, volviéndose su agradecido objeto de nuevo, ofreciéndosele y asegurándole que el deseo masculino y el de ella son idénticos, y esta identidad la complace a ella. Es una fantasía que viaja a un pasado imaginario, en que la teoría feminista no ha destruido la autoridad epistemológica de la mirada masculina. Zizek no logró observar la actividad de esta fantasía porque desde esa fantasía produce su pseudo-sabiduría psicomarxista.

Esta misma fantasía de regresión patriarcal distorsiona la interpretación que Zizek realiza de la escena en que Winslet empuja al psicoanalista-artista plástico y le asegura que jamás logrará olvidarlo, es decir, que su legado epistemológico y afectivo seguirá vivo en la memoria de ella. Zizek no logra detectar que lo dicho por ella bien podría ser la fantasía del sujeto patriarcal de no ser olvidado por la mujer.

Zizek tampoco reporta la presencia del mito de Narciso y Eco en la escena. En este caso, Eco (Winslet) es fantaseada como alguien que mira su reflejo en el agua como un Narciso ya ahogado. Y la fantasía hace que Eco jure a dicho pseudo-reflejo en el agua recordarlo por siempre, aunque, en realidad (contra Zizek) aquí Eco se libra de Narciso.

Zizek, por cierto, rehace esta escena dentro de su The Pervert’s Guide to Ideology. En dicho remake, Zizek le dice a la mujer: “Puede que me esté congelando, pero nunca te librarás de mí. Todo el hielo del mundo no puede matar una idea verdadera”.

Después de dicho esto, la mano femenina lo empuja hacia el fondo. Y casi inmediatamente, el brazo alzado (con el puño comunista) resurge del agua, a modo de Narciso resucitado y erección ideológica retroactiva. Este remake narciso-cómico-fálico de Zizek confirma que la fantasía está indisolublemente guiando la forma y contenido de su crítica.

¿Qué implicaciones tiene la revisión de este tipo de crítica de arte marxista? En mucha crítica de arte marxista al mismo tiempo que se des-cubre cierta ideología se re-cubre otra. En algunos casos, la función de la crítica podría ser directamente re-cubrir alguna ideología con la coartada de des-cubrir alguna menos relevante a la hegemonía.

Sin una autocrítica radical, no puede continuar ninguna crítica existente. Sin esta autocrítica, la crítica preservará sus ideologías endémicas o sus nuevas mutaciones ideológicas; y su actividad crítica al mismo tiempo que seguirá des-cubriendo otras ideologías encubiertas, seguirá también re-cubriendo las ideologías internas de las que no logró librarse o que ha adquirido para poder colaborar con el dominio.

— IV —

Sumaré otra escena clave de The Pervert’s Guide to Ideology (ver aquí). Así la describe y comenta Zizek:

“They live de 1988 es definitivamente una de las obras maestras olvidadas de la izquierda de Hollywood. Cuenta la historia de John Nada; Nada, por supuesto, en español, significa “nada”, un puro sujeto, desprovisto de todo contenido sustancial, un trabajador homeless en Los Angeles, que vagando por ahí un día entra a una iglesia abandonada y encuentra una extraña caja llena de lentes. Y cuando se pone uno de los lentes en una calle de Los Angeles descubre algo raro: estos lentes funcionan como lentes de crítica a la ideología. Te permiten ver el verdadero mensaje debajo de toda la propaganda, publicidad, pósters y demás… Cuando te pones los lentes ves la dictadura en la democracia, el orden invisible que sustenta tu aparente libertad”.

Zizek comenta la escena frente a un contenedor de basura. “El nombre de este contenedor de basura es ideología”, ironiza. Hay un detalle interesante en esa escena: un trabajador de limpieza, un hombre de piel morena (que podría ser, por su semblante, un trabajador mexicano o centroamericano en Los Ángeles) se acerca al contenedor para tirar una bolsa de basura, junto a Zizek, incluso voltea a verlo. No queda claro si fue deliberado o accidental, pero la irrupción pareciera recordar que mientras el varón blanco habla en inglés sobre la basura ideológica, un trabajador de limpieza se encarga de tirar la basura literal. Como si el propio documental teorético mostrará lo que Zizek encubre: el dominio del hombre blanco de la teoría que describe la explotación de los hombres blancos contra otros grupos, casi siempre no-“blancos”.

La irrupción del trabajador sirve tanto para escenificar quién hace la labor material que Zizek únicamente teoriza y, a la vez, simbolizar quién realmente tira la ideología (del hombre blanco) a la basura. Ser fundamentalmente lacaniano en el siglo XXI es una forma de regresión a un psicoanálisis sin Fanon.

El protagonista de la película se apellida “Nada”: se trata de un hombre blanco que se apropia de la palabra en español que, primeramente, borra al sujeto no-blanco declarándolo “Nada” y luego, ya borrado, sirve para ser apropiado por el hombre blanco. En el nombre mismo del personaje queda cifrada su carácter de usurpador de otras identidades y saberes.

Zizek continúa comentando They live y ahora se enfoca en la que le parece su escena más importante: John Nada quiere que su “mejor amigo” se ponga los lentes para que pueda ver la “verdad”. Pero su mejor amigo no quiere ponérselos y comienzan a pelear violentamente.

Vista desde un hombre blanco, un marxista leninista como Zizek, la escena es declarada heroica. Vista desde fuera de esa mirada, la escena resulta absurda: se trata de un hombre blanco en Estados Unidos que dice tener los lentes para ver la verdad (que extrajo, por cierto, de una iglesia) y ahora pretender hacer white-mansplaining a un hombre negro golpeándolo porque es su “mejor amigo”.

La escena es una típica fantasía liberal e izquierdista blanca eurocéntrica, típicamente norteamericana. Pero Zizek (y quiza una parte importante de su audiencia) no parece siquiera sospecharlo. La escena se trata de otra inversión de la realidad sociohistórica. Y en esta fantasía, el hombre blanco (que tiene la verdad) pelea para que el hombre negro pueda verla.

“¿Por qué este tipo [el negro] rechaza tan violentamente ponerse los lentes [que le ofrece el hombre blanco]?”, se pregunta Zizek. Sus lentes como psicoanalista-marxista no le permiten quién es John Nada. Usa sus lentes para ver a los otros, pero no a sí mismo.

Como otro rasgo ideológico, Zizek remata su interpretación fantasiosa con una moraleja estalinista, ya que según él, el hombre blanco debe imponer sus lentes de ver la verdad al hombre de color, aunque sea mediante la violencia. Concluye Zizek: “la extrema violencia de la liberación… debes ser forzado a ser libre… la libertad duele…”.

Y debido a que “salir de la ideología, duele”, Zizek repite la ideología comunista que justifica la violencia masculina (preferentemente blanca) con los grupos que no acepten sus lentes para ver la “verdad”.

Zizek es una negociación. Se trata de un marxista, sí, pero hablando en inglés. Su inglés tiene acento, sí, pero es un señor blanco. Es, como ya se ha dicho, el “Elvis de la Teoría Cultural”. Zizek representa (como otros filósofos actuales de izquierda) la manera en que el hombre blanco alega que su pensamiento, sus esquemas, sus soluciones, son las verdaderas.

Hay algo cierto en lo que Zizek dice (retomándolo de otros): salir de la ideología duele. Y si salir de la ideología marxista probablemente será doloroso para muchos. Sobre todo quienes se identifican con el hombre blanco hablando en el centro ideológico de la crítica marxista.

¿Qué ocurre a la crítica de arte y la crítica de la ideología si dejamos hundir, si empujamos incluso al fondo, al hombre blanco?

Esa es una de las grandes preguntas de nuestro tiempo. Como este desprendimiento no ha sido realizado, responder la pregunta (imaginariamente) nos conduciría a una fantasía, a más ideología.

Será mejor, por lo tanto, responder en la práctica. (Incluida la práctica teórica). Dejar ir la ideología de la violencia blanca, la ideología del patriarcado, la ideología dentro de la propia crítica marxista.

Hay otro importante detalle que el propio John Nada otorga (involuntariamente) y que también escapó a la interpretación de Zizek. “Nada” en español no sólo significa nothing, vacío, nada de nada, sino que también indica que John nada. No necesariamente, John se hundirá, se irá al fondo del mar, se ahogará aunque lo empujemos. El hombre blanco va a luchar para no hundirse. Nadará de vuelta.

La hegemonía de Zizek en el marxismo mundial es parte de ese nado. Zizek es también la resistencia de la teoría del hombre blanco para no salir del centro de la escena no sólo de la ideología sino también de la crítica de la ideología.

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HACIA UNA ACUSMÁTICA DEL ARTE. JOHN BERGER Y MODOS DE VER

Heriberto Yépez

Cuando algún futuro quiera conocer cómo se globalizaba el sentido de la crítica de arte al amanecer el siglo XXI, algún arqueólogo nos recordará que una serie televisiva (tímidamente) posmodernista reapareció digitalizada en Internet, y lentamente (re)formó a más de una generación de críticos de arte en línea. Junto con la retromanía del vinilo y el marxismo, también retornaron los cuatro episodios de Ways of Seeing de John Berger. La serie se convirtió en una de las principales aula virtuales para establecer qué es la crítica de arte. Repensemos a Berger.

Originalmente fue en 1972 cuando la British Broadcasting Corporation (BBC) produjo la tele-serie Ways of Seeing de Berger. Modos de ver explica cómo la cámara y el diseño alteraron nuestra manera de ver la pintura. Berger prefería los (vagos) términos de “reproducción” y “circulación”. El primer episodio insiste en que la reproducción provocó esa mutación.

La serie comienza con Berger cortando bruscamente una sección facial de una reproducción del cuadro Venus y Marte de Botticelli. Visto desde 2020, su gesto parecería el de un proto-youtuber iconoclasta; hecho por Berger en 1972, su navajazo era menos una alusión a Lucio Fontana o al cut-up burroughsiano que un video-performance para yuxtaposicionarse como académico británico y retro-dadaísta. Mientras rebana el cuadro, su voz anuncia: “Este es el primero de cuatro programas en que quiero cuestionar algunos de los supuestos usualmente poseídos acerca de la tradición de la pintura”. Berger ejemplifica cómo cambia la interpretación de un cuadro si edita tecno-ideológicamente y procura dar voz a grupos excluidos de la tradición de la crítica (niños y mujeres, por ejemplo) y rebate la autoridad del crítico pre-New Media. Modos de ver —sobre todo la versión televisiva— es una especie de manifiesto propedéutico.

Ese corte inicial simboliza la destrucción del detalle de una pintura (que usualmente se elige para apreciar y comentar una obra) y su reemplazo por el fragmento de una imagen (que se selecciona para refuncionalizarla). También es la propuesta de un tipo de crítico dispuesto a acoger la fragmentación (más que la reproducción como Berger formulaba) como punto de partida de su actividad performático-analítica. ¿Hace Berger crítica de arte? Residualmente. Hace más bien (aquí) crítica visual. Está en los albores de la transición disciplinaria de la Historia del Arte por los Estudios Culturales y los Estudios Visuales. Una transición, hay que decirlo, a veces menos marxista que pragmatista.

Su gesto es también una crítica a la pintura, una autodestrucción experimentalista como la de John Baldessari al cremar su obra pictórica en 1970 para convertirla en una pieza conceptual. Berger construye su discurso a partir de esta pregunta: ¿qué se hace con la pintura para que ya no sea un cuadro? Cambiando su vocabulario, podríamos decir que su documental alega que debido a los New Media mirar pintura devino percepción post-pictórica.

Llama la atención, por cierto, la moderada terminología de Berger. Recordemos que su serie apareció después de Entendiendo los medios (1964) de Marshal McLuhan, La sociedad del espectáculo (1967) de Guy Debord, Teoría Estética (1970) de Theodor Adorno, la teoría fluxus de Dick Higgins, las ficciones especulativas de Philip K. Dick y Ursula K. Le Guin, que imaginaban al nuevo mundo mediático vía densidad escritural e inventiva joyceana. Berger, en cambio, habla en Modos de ver con palabras usuales y normativas. (Hay críticos que piensan su labor desde la narrativa; otros la piensan desde la poesía. Berger, definitivamente, es un storyteller de la crítica de arte. De ahí quizá su populista ortodoxia). Como si Berger usara las palabras comunes como parsimonia para contrarrestar simultáneamente el fall-out del Pop y el creciente post-estructuralismo.

Según Berger, al ser transmisible mediáticamente el significado de un cuadro se convirte en información. “Los rostros de las pinturas se vuelven mensajes; piezas de información para ser usadas…” Cree además que debemos deshacernos del “falso misterio y la falsa religiosidad” que rodea al arte. Su tesis es que dicha falsa religiosidad es un sucedáneo de lo que las pinturas perdieron al ser reproducidas maquinalmente. Otra insistencia de Berger es que una vez que una pintura es transmisible por los mass media, su significado puede ser manipulado usando música de fondo o palabras superpuestas. Ulteriormente, al devenir información visual, las pinturas coexisten con publicidad y otros géneros de información retinal dentro de la misma página o pantalla: “el significado de una imagen puede cambiar de acuerdo con lo que está a su lado o lo que se presenta posteriormente… La reproducción de las obras de arte hace que su significado sea ambiguo”. Berger cree que si somos conscientes de la recepción o agentes de la recombinación esta distorsión no necesariamente es perjudicial.

Berger pronto conduce su argumentación para postular que “aquello que la reproducción hace accesible, un texto puede volverlo inaccesible”. Él insiste en que las pantallas amplian nuestro acceso a lo pictórico en concomitancia con señalar que la crítica de arte textual suele apartarnos de este acceso. Parte de la agenda de Modos de ver es ofrecerse como una crítica a la crítica de arte.

El cambio en la relación social con el arte es el tema manifiesto de Modos de ver; su tema latente, el anacronismo de la crítica de arte tradicional. A Berger le puede importar menos discutir la banalización de las cuadros modernos que abogar por la superación de la autoridad ortodoxa de los críticos de arte. Desea que la figura del crítico tradicional sea sustituido por un amistoso ayudante de un grupo crítico. La escena de un grupo de discusión aparece más de una vez en los cuatro episodios.

Berger celebra casi subrepticiamente que la influencia de los libros y artículos de críticos ha sido rebasada por los efectos que el sonido, la publicidad y las pantallas tienen sobre cómo entendemos al arte. El problema implícito es cómo la crítica de arte ha perdido poder en el nuevo mundo de la imagen creado, sobre todo, por la fotografía y la televisión. Berger quiere que su audiencia tenga una relación “directa” con el uso de las imágenes artísticas. Parece concebir al crítico como un intermediario, un facilitador, para que audiencias comenten imágenes sin necesidad de la autoridad monológica de un erudito del arte.

Berger dice inspirarse en el ensayo “El arte en la era de la reproducción mecánica” (1936) de Walter Benjamin. Tiene razón en citarlo, si se refiere a que Benjamin nos enseñó a pensar qué le ocurre al arte (sobre todo, a la obra de arte original y su impresión presencial en nosotros) una vez que es copiada, reproducida, multiplicada, editada, alterada, fragmentada, remediada, remezclada. Pero a Berger hay que leerlo junto a Marshal McLuhan. De cierta manera, Berger nos remite a Benjamin para ocultar que deriva y discute con McLuhan, su contemporáneo.

Benjamin y McLuhan son variantes (de postguerra) de un cierto elogio democrático, tecnofílico, a favor del potencial de los nuevos medios para transformar nuestra percepción y ampliar nuestra relación con el arte. Paradójicamente, McLuhan (que era más bien derechista y anti-marxista) resultó más crítico de los efectos (“tribalizantes”) de los nuevos medios que Berger (más optimista y populista). Leído con atención, McLuhan advertía de la distopía que la “aldea global” establecería, mientras Berger confiaba que la participación popular (asambleista) en los Nuevos Medios sería una panacea dialógica.

Al final del primer programa, Berger parece profetizar las redes sociales, pero sin intuir lo que McLuhan muchas veces advirtió como (fascista) porvenir “neotribal”. A la teoría de Berger le faltó dejarse influir por las profecías sombrías del Sci-Fi de posguerra, y más bien parece extrañamente crédulo de las utopías tecnofílicas de las vanguardias tempranas. Hay incluso algo de retro-futurismo (estilo Marinetti) en Berger al confiar en que el arte será mejorado por una apropiación popular de la tecnología.

A cierta crítica de arte, Berger la acusa de incomprensible describiéndola como “la falsa mistificación que rodea al arte”. La palabra “mistificación” muchas veces es utilizada como sinónimo de una crítica de arte snob, elitista, pretenciosa, mistagógica. A esta mistificación de la crítica de arte escrita, Berger opone la recepción oral de los niños como modelo, a quienes atribuye una amplia libertad de comentario desprejuiciado.

Berger parte de la ideología del common sense y, a la vez, es parte de la teoría del arte marxista. Hereda el gran acierto de la tradición marxista: una lectura a contrapelo de la historia del arte. Y ratifica su endémica falla: una sobrevaloración de la lectura sociológica de la obra de arte.

El marxismo ha sido una de las tradiciones más determinantes de la teoría del arte. Buena parte de los debates universitarios sobre el arte fueron moldeados por marxistas. Discutir arte a principios a inicios del siglo XXI, por ejemplo, es toparse con la ubicuidad póstuma de Walter Benjamin. La teoría del arte desde el siglo XX no sería siquiera pensable sin la Escuela de Frankfurt. Tampoco sería pensable el posmodernismo sin Baudrillard o Jameson, surgidos del marxismo. Y lo mismo ocurre con Foucault, Deleuze o Bourdieu, que sin ser marxistas resultan ilegibles sin Marx (y Freud). Pensar teoría del arte contemporáneamente es pensar con Marx hablando en el centro de la mesa o con Marx escuchando en primera fila.

Pero el marxismo no tiene una teoría unificada del arte. Ni siquiera Marx posee un pensamiento homogéneo o sistemático sobre el arte. Sus ideas sobre los artistas y las obras son reflexiones aisladas, esporádicas, discontinuas. Esta fragmentación e incompletud de la teoría del arte de Marx, por cierto, fueron clave para que el campo de debate se ampliara para dar coherencia a la dispersa estética del abuelo Marx.

Benjamin y Adorno dirían que las ideas de Marx son una “constelación”. Más bien son un caleidoscopio que permite alucinar toda clase de panoramas.

La teoría del arte marxista tiene variantes y discrepancias entre sus distintos protagonistas y generaciones. No hay tal cosa como una teoría del arte marxista, sino varias teorías del arte, diferentes hipótesis y derivas del marxismo. Marx escribió sobre el arte centrífugazmente. Pero terminó anclado como el prefecto pre-texto centrípeta de disímiles estéticas marxistas.

¿Qué es lo común de las distintas teorías marxistas del arte? Fundamentalmente, los variopintos marxismos parten de la pregunta de cuál es la función del arte en la lucha por el poder; el rol de arte en la dominación y la emancipación. Su pregunta fundamental es pragmática: ¿a quién y para qué sirve el arte?

El marxismo, además, nos condujo a pensar al arte estructuralmente, es decir, pensar al arte ya no sólo desde la tradición del arte, sino desde la economía, la política, la psique, la cultura en general. Influidos por Hegel, los marxistas piensan al arte mediante sus relaciones con otros ámbitos. Pero para distanciarse del idealismo hegeliano, los marxistas piensan al arte, sobre todo, subordinándolo a lo social. El marxismo es una teoría social del arte y, mucha veces, una teoría del arte social.

Berger debe ser entendido desde la polémica inmanente del marxismo y desde la polémica polívoca del marxismo con el resto de la filosofía, la crítica de arte y los estudios sobre la cultura visual.

Si comparamos las ideas y la disimulada forma de manifiesto, programa (entre tardo-vanguardista y postmodernista) de Modos de ver como documental y su remediación en forma de libro podemos comprobar que en lo impreso Berger matiza, des-radicaliza, algunas de sus afirmaciones e ideas en televisión.

En el primer episodio, Berger insiste en que las obras se han vuelto información. No lo afirma abiertamente, pero implica que las imágenes son traducibles a palabras. Y su propuesta en televisión es que nuestra relación con el arte sea dirigida por la discusión colectiva, por el habla, es decir, desea que las imágenes sean ultra-procesadas por palabras, por voces, por pláticas.

En el libro, Berger matiza esta idea (parcialmente): “La vista llega antes que las palabras. El niño mira e identifica antes de hablar”. Pero pronto restablece la autoridad de las palabras sobre la imagen: “Sin embargo, cuando se presenta una imagen como una obra de arte, la gente la mira de una manera condicionada por toda una serie de hipótesis aprendidas acerca del arte”.[1] Y como “muchas de estas suposiciones ya no se ajustan al mundo tal como es”, se requieren nuevas palabras, nuevas charlas. Esas nuevas charlas deben ser organizadas por el tipo de crítico de arte que propone Berger: un gestor de lluvias de ideas y un presentador audiovisual didáctico.

Para poder fundamentar su rol como ideólogo del arte en controversia con los ideólogos anteriores, Berger necesita robustecer el poder de la palabra por encima de la imagen. Aunque esta preeminencia de lo verbal sobre lo visual es matizada en el libro, sigue siendo la premisa de su teoría del arte. Quiere una crítica de arte que combata la palabra (escrita) de los críticos e historiadores del arte anteriores, cuya labor es esa “mistificación”, que según Berger impide la relación directa del público con las imágenes y trata a la obra de arte como algo “sagrado”. El nuevo crítico didáctico, en cambio, sería aquel que prefiere usar los nuevos medios en lugar de la imprenta y para quien las imágenes pueden ser procesadas por palabras-desde-pantallas.

“El arte del pasado ya no existe como en otro tiempo. Ha perdido su autoridad. Un lenguaje de imágenes ha ocupado su lugar. Lo que ahora importa es quién utiliza ese lenguaje y para qué… He aquí la razón, de que todo el arte del pasado se haya convertido en una cuestión política”.[2] La ideología de Berger comienza con convertir las obras en imágenes, por mediación de consensos basados en palabras, y luego las imágenes planteadas como una “cuestión política”. Así refuerza la labor del nuevo crítico como agente mediático que promueve un cambio político. Berger no podría decirlo así, pero propone una crítica que es proselitismo consciente, es decir, propaganda, en su caso amable propaganda de fuerte espíritu demócrata y liberal.

En su versión televisiva Berger propone una crítica audiovisual como sustituta progresista de la crítica de arte (tradicional) escrita. Declara la muerte del significado pictórico y el nacimiento de la pintura como información visual. E incluso podríamos decir que supone (y celebra) la muerte de lo visual como tal, porque lo que le gusta a Berger es que al ser reproducidas (democratizadas) las imágenes pictóricas permiten que “hablemos” con ellas.

Este “hablar” con el arte sucede —en el esquema de Berger— gracias a que las obras visuales se han convertido en información verbalizable. La serie Modos de ver apuesta por una crítica audiovisual acerca de una cultura de imágenes verbalizables (preferentemente de modo oral, auditivo); como si lo visual que Berger reduce en la obra de arte, lo transfiriera a la figura del crítico como performance audiovisual, como crítico-didáctico ante una cámara. En este sentido, Berger, efectivamente, prefiguró el mundo de documentalistas y youtubers que encabezan la post-crítica de arte en la era de las redes sociales.

Curiosamente al constituirse (casi) simultáneamente como libro, el programa de una crítica audivisual sufre cierto retroceso —se desdice en la escritura— como si una de las nuevas funciones del libro fuese ser un doppelgänger más prudente que el original en pantalla.

El libro “basado en la serie” tiene muchas ilustraciones y tres capítulos (el 2, 4 y 6) que son galerías (sin texto alguno). Este fuerte elemento visual de la versión impresa de Modos de ver podría hacernos pensar que se trata de un libro más abierto (más interactivo) que el típico libro gutenbergueano. Pero se trata de una ilusión. Si conoces la serie televisiva, al ver las reproducciones (aparentemente) mudas, tu mente no hace sino recordar las ideas de Berger. El libro matiza ideas más performáticamente radicales en la pantalla, pero las sedimenta en su carácter de companion a la serie televisiva. El libro es una especie de aditamento para memorizar mejor las ideas expuestas en la pantalla-Berger, como si el agujero que Berger dejó en el cuadro (justo en el rostro de Marte) al principio de la serie fuera llenado mentalmente por sus lectores-escuchas con la cara de Berger por cuya boca espectral nosotros repetimos sus palabras.

El benjamineano fin del aura en la obra visual será reemplazado por la aparición de lo aural en la crítica de lo visual, es decir, la atracción discontinua de una aparente inmediatez (multi-mediática) en que las imágenes son instrumentos de la voz, el habla, la info y el mensaje. Este reemplazo del aura de la obra de arte por lo aural de la crítica audiovisual re-centra al sujeto parlante, al comentarista visual, situándolo en el centro vacante que ha dejado la obra de arte desplazada.

En esta esfera cultural no están en juego imágenes sino discusiones. No son visiones sino talk, chatter. Son las imágenes de la extinción de un mundo visual, ya que las imágenes se vuelven ilustraciones, diseños, anuncios, íconos, mensajes, transmisoras de información verbal cada vez más sintetizable.

La propia historia mediática de Modos de ver muestra este proceso. Dejó de ser programa de televisión de la BBC para convertirse en video en Youtube, y mostró cómo la crítica de arte dejaría de tener como tecnologías predilectas a la imprenta y el libro, para pasar a la cámara y el video.  Esta crítica audivisual serial se une al mundo de lo escrito mediante el posting, texting, el habla-escrita que constituye las redes sociales y su comentario permanente, el microblogging orgánico al discurso contemporáneo sobre el arte.

Berger explícitamente dice que la perspectiva ha dejado de regir en la pintura, lo cual era en los setentas (y hoy) una obviedad. Y podríamos decir que reemplaza la perpectiva pictórica por una acústica neo-crítica: ahora debemos escuchar a los cuadros, leerlos, comentarlos, debatirlos.

Sin saberlo, la serie de Berger registró el momento en que una nueva esfera de críticos necesitó convertir todo cuadro pictórico en una pantalla interactiva. Una vez refuncionalizados como pantallas, los cuadros del pasado se prestan a ser ultra-verbalizados, dejan de ser entes visuales contemplativos para convertirse en contenidos comentables.

Berger no es el único en proponer esta relación con lo visual, por supuesto. Pero en Berger podemos encontrar un documento (su serie televisiva y su libro) que enmarca esta política, que fácilmente conduce no sólo a una acústica-del-arte sino a una acusmática del arte, es decir, a un escuchar discusiones del arte sin mirarlo.

Ways of Seeing, “modos de ver”, es el nombre ideológico de la propuesta de Berger. Lo que realmente proponer Berger son modos de hablar y modos de oír sobre las imágenes. Él pensaba estos modos de la crítica desde la pequeña asamblea, la radio y, sobre todo, desde la televisión. En nuestras nueva esfera electrónica de la computadora, los gadgets e Internet, la actividad de criticar cristaliza en lo que he llamado la acusmática del arte, ya que las plataformas de circulación y discusión son galerías de imágenes, grabaciones audivisuales y tableros de discusión verbal (escrita): webs, apps, redes sociales, en que ver se ha convertido en una subfunción de opinar.

Parecería que vivimos en un mundo de imágenes, como la ideología global insiste. Pero quizá como nunca antes estamos habitando un mundo verbal, una tiranía de las palabras, donde lo visual no es imaginable sin las palabras. Una acusmática compuesta de las palabras del consenso donde ver es verbal, esto es, donde se extingue la experiencia no-verbal. Un mundo de imágenes que, en el fondo, son una gran voz hablando y donde las imágenes son información. Un mundo de imágenes voceras. Un mundo de imágenes donde, a pesar de todas las apariencias, ha desaparecido la mirada y lo visual. Un mundo donde incluso el control panóptico es superado por un control acusmático a través de las imágenes.


[1] Modos de ver, trad. Justo G. Beramendi, Gustavo Gili, Barcelona, 2016, pp. 7 y 11.

[2] Ibid., p. 33.